Una noche loca
Abrumada por el cansancio y una
larga semana de trabajo, decidí salir sin rumbo fijo, tenía deseos de tener una
noche loca… Cuando me di cuenta, ya estaba frente a un bar, entré por un trago,
hacía mucho que no bebía y me lo merecía. Entré y fui directo a la barra, pedí
un trago, daikiri de frutilla, eché un vistazo hacia las mesas y allí lo vi
(por mi mente, como un susurro, me llegó la clara señal de que solo podía ser
con él mi noche loca). Estaba sólo, con botella de agua en frente de él. Tomé
mi copa y, sin pensarlo dos veces, me acerqué y le pregunté si podía sentarme a
su mesa. Él, sólo con un gesto y una mirada que me mató, me dijo que sí.
Me
senté sintiendo como su mirada me recorría de pies a cabeza, sin disimular. Sus
ojos parecían sonreír y arder al mismo tiempo. Sentí que me desnudaba el alma
con esa mirada. Él era muy apuesto. Además de esos ojos avasalladores, tenía un
hermosa naríz y unos labios bien carnosos que sospeché besarían como los
dioses. Más tarde me di cuenta de lo alto que era, pero en ese momento su
hermoso rostro y sus manos acapararon toda mi atención, además claro de su voz
tan varonil. Me preguntó si estaba sola y dije que sí. Yo también estoy sólo,
me dijo. Estiró hacia mí una mano esbelta de dedos muy largos.
- - Puedes llamarme Wookie.- me dijo.
Yo le dije mi nombre
mientras nuestras manos permanecían en contacto más de lo habitual para un
saludo entre extraños. Sentí de pronto mucho calor, y puedo asegurar que no era
producto de la bebida, pues aún no había tocado mi copa. No podía dejar de
mirarlo y él, por su parte, tampoco despegaba sus hermosos ojos de mí ni un
segundo. Me dijo que estaba de viaje por negocios y que había perdido su vuelo.
Me dijo que era coreano y que había aprendido español en el instituto como
lengua opcional, luego me preguntó qué hacía yo, quería saber todo de mí. Hablamos
de todo un poco, nos reímos, intercambiamos ideas, sin notar el paso de las
horas. Creo que fuimos los últimos clientes en marcharnos, pero, no estoy
segura.
De
pronto, me tiró de la mano hacia él y, pegando sus labios a mi oído, me dijo
que no quería pasar aquella noche solo. Me estremecí, teniéndolo tan cerca,
así. Le contesté que yo tampoco quería estar sola esa noche y fue entonces que
me invitó a su hotel, acepté sintiendo que el corazón se me aceleraba de
pronto. Debo confesar que era la primera vez que me aventuraba a una noche así.
Ni siquiera pensaba que realmente fuera a encontrar a alguien, supuse que
entraría en aquel bar, tomaría mi bebida y después, volvería a la soledad de mi
casa…
Nos
fuimos tomados de la mano y, al llegar a su habitación, antes de prender las
luces, me aprisionó contra la pared y empezó a besarme. Despacio al principio y
luego con más apremio. Unos besos que me hicieron olvidar mi nombre y cualquier
otra cosa que no fuera el calor de esos labios y sus habilidosas manos recorriéndome
como si de pronto se hubieran multiplicado. De mi boca entre beso y beso, sólo
podía repetir una y otra vez su nombre.
- - ¡Wookie!
Nuestras ropas, una a una fueron
cayendo al suelo, en cualquier parte, al tiempo que él, en dos o tres pasos me
llevó hasta su cama. Allí, a la luz del velador, la única luz encendida en toda
la habitación, pude deleitarme con el espectáculo que era apreciar su hermoso
cuerpo en toda su gloria, una escultura esculpida “por los mismos ángeles” Tenía
unos hombros poderos y hermosos, el torso bien marcado. Todo él era una obra de
arte, una escultura que se escapó de algún museo de fantasía femenina. Verlo
así, en todo su esplendor, tan sensual y tan peligroso, quitaba la respiración
y creo que también me despojó de la poca cordura que me quedaba aquella noche.
Tomé
cuenta los tatuajes que marcaban su hermosa figura, haciéndolo ver aún más
sensual y ardiente. El, por su parte, me devoraba con la mirada y no tardó en
retomar la tarea de enloquecerme a base de besos. Quería preguntarle el significado
de aquellos tatuajes, pero de momento, no teníamos tiempo de hablar, ocupados
en acariciarnos y besarnos. Enredé mis dedos en su pelo negro y corto y después
me sujeté de sus poderosos hombros como si mi vida dependiera de ello… El mundo
entero parecía girar sobre nosotros, y hasta creí escuchar fuegos artificiales
confundidos con nuestros suspiros y gemidos. ¡De modo que así se sentía estar
en el cielo! Todos mis sentidos parecían estar en plena revolución. La cama
ardía bajo nuestra piel desnuda, mientras él me hacía tocar las estrellas una y
otra vez. En algún momento, no sé cómo, llegué a besar sus tatuajes y de nuevo
quise preguntarle la historia de cada uno… Quizás al día siguiente podría
preguntarle por qué tenía tatuada la Catedral de la Sagrada Familia en el muslo
junto a aquellas palabras… Por mi felicidad…
- - No te vayas – me dijo con voz ronca – No
te vayas.
Me lo dijo en coreano,
pero yo logré entenderle, y lo cierto es que no me fui...
… Veinte años después,
viviendo en Corea del Sur, sigo atrapada por esa mirada y ese fuego que hace
que me enamore como aquel primer día que despertamos juntos, mi marido y yo.
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